El talante moral
Por Óscar Montes
El ministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga, oficiando de defensor de Tomás y Jerónimo Uribe Moreno en el debate que se llevó a cabo en el Senado de la República por cuenta de sus millonarios negocios notificó en vivo y en directo al país acerca del cuerpo de doctrina que mueve al Gobierno en lo que tiene que ver con los negocios de la familia presidencial: “El único estándar que el Gobierno acepta para medir la moral es la Ley”, vociferó, salido de la ropa y en medio del estupor y la perplejidad de los parlamentarios, muchos de los cuales no tienen en la moral y la ética su modelo de vida.
El ministro Zuluaga mostró el cobre de quienes desde las esferas del poder toman decisiones basados en el principio según el cual todo aquello que la Ley expresamente no prohíbe está permitido, y por tanto no merece ser denunciado o investigado. Para él, todo se reduce a un problema de incisos y códigos.
El cinismo de esa nueva clase dirigente que terminó por imponerse en el país los lleva a pensar que quienes se enriquecen acaballados en sus privilegios, en sus contactos al más alto nivel o en la información privilegiada que obtienen por ser quienes son, deben ser modelos a imitar y no una patética demostración de abuso de confianza y de comportamiento inmoral.
El Ministro, probablemente sin saberlo, actualizó un viejo debate suficientemente superado en la contemporaneidad en torno a uno de los pilares básicos de las sociedades modernas. El fetichismo legal que el Ministro esgrime como defensa para esconder el verdadero entuerto moral y ético que significan los negocios de los hijos del Presidente es el mismo que condujo al planeta a la mayor debacle humanitaria que jamás ha vivido: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto judío.
Adolfo Hitler y todos sus secuaces nunca hicieron nada ilegal si se acepta literalmente la afirmación del Ministro de Hacienda. Carl Schmitt fue uno de los ideólogos del nacional-socialismo y de todo el cuerpo normativo que autorizaba la concentración del poder en el Führer, e incluso toda la normatividad penal que permitió desde la ‘Noche de los cristales rotos’ hasta el Holocausto judío, sabiendo muy bien que todo estaba respaldado por la Ley.
El ministro Zuluaga mostró el cobre de quienes desde las esferas del poder toman decisiones basados en el principio según el cual todo aquello que la Ley expresamente no prohíbe está permitido, y por tanto no merece ser denunciado o investigado. Para él, todo se reduce a un problema de incisos y códigos.
El cinismo de esa nueva clase dirigente que terminó por imponerse en el país los lleva a pensar que quienes se enriquecen acaballados en sus privilegios, en sus contactos al más alto nivel o en la información privilegiada que obtienen por ser quienes son, deben ser modelos a imitar y no una patética demostración de abuso de confianza y de comportamiento inmoral.
El Ministro, probablemente sin saberlo, actualizó un viejo debate suficientemente superado en la contemporaneidad en torno a uno de los pilares básicos de las sociedades modernas. El fetichismo legal que el Ministro esgrime como defensa para esconder el verdadero entuerto moral y ético que significan los negocios de los hijos del Presidente es el mismo que condujo al planeta a la mayor debacle humanitaria que jamás ha vivido: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto judío.
Adolfo Hitler y todos sus secuaces nunca hicieron nada ilegal si se acepta literalmente la afirmación del Ministro de Hacienda. Carl Schmitt fue uno de los ideólogos del nacional-socialismo y de todo el cuerpo normativo que autorizaba la concentración del poder en el Führer, e incluso toda la normatividad penal que permitió desde la ‘Noche de los cristales rotos’ hasta el Holocausto judío, sabiendo muy bien que todo estaba respaldado por la Ley.
Contra eso, en el juicio de Nuremberg el tribunal aliado sostuvo que por encima de la Ley estaban valores superiores de la Humanidad, que obligaban a los oficiales nazis y a los funcionarios públicos que así actuaron a inaplicar esas leyes por bárbaras, injustas, o manifiestamente violatorias de los más elementales principios de la condición humana.
Más de 60 años después resulta que en una perdida república latinoamericana un ministro del Régimen, que ha cambiado la Constitución para favorecerse a sí mismo y que piensa volverlo a hacer, les acaba de notificar a todos sus conciudadanos que para el Gobierno no hay más norte que la Ley, independientemente de su contenido. Olvidó el funcionario que este no es un Estado de Derecho sino un Estado Social de Derecho, y que en tal razón cualquier ley, o cualquier comportamiento que no respete los principios básicos de la Constitución, debe inaplicarse o debe dejarse de hacer.
El Ministro tiene razón en que lo hasta hoy descubierto todavía no da motivos para meter a nadie a la cárcel, y que por razones morales o éticas no puede responsabilizarse jurídicamente a nadie. Pero ese no es el problema. El problema es que los gobiernos y los funcionarios públicos, aparte de las responsabilidades jurídicas, tienen una que se llama política, que no es otra cosa que la obligación moral, la misma que ahora banalizan los ministros como Zuluaga.
Era el propio Tomás de Aquino quien reclamaba que todo caso de conflicto entre la Justicia y la Ley siempre debía definirse a favor de la Justicia. En un país donde más del 60 por ciento de su población está por debajo de los índices de pobreza, que unos muchachos obtengan de la noche a la mañana plusvalías superiores al 10 mil por ciento es no solo injusto sino absolutamente ofensivo para toda esa gran masa de seres que tiene que romperse el cuero todos los días, no para enriquecerse sino apenas para sobrevivir.
El Ministro se desgañitaba diciendo que esos pobres muchachos habían tramitado todo en igualdad de condiciones. Falso. Si alguien tiene privilegios inherentes a su condición, independientemente de que los exhiba, pues no hace falta hacerlo porque son de su esencia notoria, son los hijos del Presidente. Si Porfirio Díaz dijo alguna vez que sus generales no aguantaban un cañonazo de cien mil dólares, en Colombia puede afirmarse que ningún subalterno del Presidente, o funcionario departamental o municipal, resiste una visita de Tomás o de Jerónimo Uribe. No está de más decirle al Ministro, como dijo Clinton en el famoso debate con Bush: “El problema no es la Ley, es la moral, estúpido”.
Más de 60 años después resulta que en una perdida república latinoamericana un ministro del Régimen, que ha cambiado la Constitución para favorecerse a sí mismo y que piensa volverlo a hacer, les acaba de notificar a todos sus conciudadanos que para el Gobierno no hay más norte que la Ley, independientemente de su contenido. Olvidó el funcionario que este no es un Estado de Derecho sino un Estado Social de Derecho, y que en tal razón cualquier ley, o cualquier comportamiento que no respete los principios básicos de la Constitución, debe inaplicarse o debe dejarse de hacer.
El Ministro tiene razón en que lo hasta hoy descubierto todavía no da motivos para meter a nadie a la cárcel, y que por razones morales o éticas no puede responsabilizarse jurídicamente a nadie. Pero ese no es el problema. El problema es que los gobiernos y los funcionarios públicos, aparte de las responsabilidades jurídicas, tienen una que se llama política, que no es otra cosa que la obligación moral, la misma que ahora banalizan los ministros como Zuluaga.
Era el propio Tomás de Aquino quien reclamaba que todo caso de conflicto entre la Justicia y la Ley siempre debía definirse a favor de la Justicia. En un país donde más del 60 por ciento de su población está por debajo de los índices de pobreza, que unos muchachos obtengan de la noche a la mañana plusvalías superiores al 10 mil por ciento es no solo injusto sino absolutamente ofensivo para toda esa gran masa de seres que tiene que romperse el cuero todos los días, no para enriquecerse sino apenas para sobrevivir.
El Ministro se desgañitaba diciendo que esos pobres muchachos habían tramitado todo en igualdad de condiciones. Falso. Si alguien tiene privilegios inherentes a su condición, independientemente de que los exhiba, pues no hace falta hacerlo porque son de su esencia notoria, son los hijos del Presidente. Si Porfirio Díaz dijo alguna vez que sus generales no aguantaban un cañonazo de cien mil dólares, en Colombia puede afirmarse que ningún subalterno del Presidente, o funcionario departamental o municipal, resiste una visita de Tomás o de Jerónimo Uribe. No está de más decirle al Ministro, como dijo Clinton en el famoso debate con Bush: “El problema no es la Ley, es la moral, estúpido”.
2 comentarios:
Estoy absolutamente de acuerdo con el escrito del señor Montes. Ya debieran haber reversado esa negociación dolosa como se solicitó por todos los que estuvimos pendientes del desarrollo de este chanchullo de la familia presidencial. Y digo que de la Familia presidencial porque de esa actitud deshonesta y tramposa hasta la mamá de los delfines tenía conocimiento. El interés por la reelección que están fraguando es para tener 4 años más para seguir robando y enriqueciéndose ilícitamente como lo que son: DELINCUENTES DE CUELLO BLANCO.
La Casa de los Presidentes hace unos meses y por qué no, años, expedía un tufillo a corrupción pero ahora con las tramoyas de los hijos del emperadorcito, enriqueciéndose de la noche a la mañana, sencillamente APESTA. ESE OLOR A CORRUPTELA INVADE TODOS SUS ALREDEDORES.
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